jueves, noviembre 02, 2006

Alejandra Boero - La muerte del maestro


"Cuando el discípulo anunció al pueblo la muerte del maestro, todos excepto él lloraron amargamente. Guardó silencio durante un largo rato, y luego habló. Habló con amor y respeto del maestro, de su sabiduría, de su alma, de su vida. Y dijo a quienes aún lloraban: sólo los que han estado ante el templo de la vida sin fertilizar la tierra con una gota de sudor de sus frentes merecen lágrimas y lamentaciones cuando la abandonan. Pero el maestro pasó todos sus días trabajando para la humanidad, y cuantos se le acercaron bebieron de su mano. Por eso, quien quiera honrarlo, bien hará bien en ofrecerle un himno de alabanza y gratitud, y en nutrirse con el conocimiento de los libros que el ha legado al mundo. Nada se ha de dar al genio: se recibe de él. Y no se ha de llorarlo, sino alegrarse y abrevar en la fuente de su sabiduría: sólo así será posible rendirle el homenaje que merece. Desde entonces, el discípulo, sólo en este mundo, ya nunca más lo estuvo en su corazón: escuchaba la voz del maestro, instándolo a continuar su trabajo y sembrar sus enseñanzas". (La muerte del maestro - Khalil Gibran)
La muerte de una imprescindible

A los 88 años, la actriz, directora y maestra de teatro, padecía dificultades de respiración severa. Había fundado cuatro salas teatrales. "Cada función puede ser la última", decía.
Hace unas semanas la definía en una historia —acaso la mejor manera de definir a alguien— el actor y dramaturgo Claudio Tolcachir, uno de sus últimos asistentes y discípulo en esto de entender la pasión por el teatro como una forma de estar en la vida. "Apareció en una clase una chica que yo conocía: padres rígidos, Nacional Buenos Aires, demanda de excelencia en todos sus frentes. La Boero no sabía nada de ella. Y sin embargo, cuando empezó un monólogo, me llamó y en voz baja, me dijo: ¿Escuchás la exigencia que se esconde detrás de esa voz?. No sé cómo, pero la había visto", decía el autor de La omisión de la familia Coleman.La mujer que podía leer por detrás de las palabras, la que murió en la noche del jueves, en su casa, como lo había pedido, tras padecer diversos problemas respiratorios que se habían complicado en los últimos días, ejercía el derecho de su pasión. Por ella, se había nombrado a sí misma, cuando tras un enfrentamiento con su padre por su primera incursión teatral, troqueló su nombre de bautismo —Liria Ofelia Alejandra Digiamo Viera— para adoptar el apellido materno y llamarse, desde entonces, Alejandra Boero.La pasión no debe ser entendida aquí como una manera de decir. La creación de su último teatro, Andamio 90, le costó tres hipotecas y un riñón. Los 50.000 dólares que había dejado como herencia su amigo, el arquitecto Francisco García Vázquez, podían ir a parar a la obra en marcha o a una intervención quirúrgica imprescindible. Se peleó con su hijo, Alejandro Samek, actual director del Teatro Cervantes, y esquivó el quirófano pero terminó el teatro. Después, su cuerpo le pasó algunas facturas que sobrellevó con entereza: "Soy millonaria, siempre elegí lo que me hizo feliz". Actriz, directora, maestra, fue parte activa de La Máscara y fundadora de un grupo histórico, Nuevo Teatro. Fue fundadora de cinco espacios y cuatro salas teatrales en sus 65 años íntegros dedicados a su oficio. La mujer que en 1970 se encargó del estreno en la Argentina de Madre Coraje, de Bertolt Brecht, dirigida por Jorge Hacker, uno de sus grandes trabajos, había nacido el 9 de diciembre de 1918, frente al teatro Avenida. Hija única, su padre, un profesor universitario, pensó para la niña un destino de formación: estudió danza, música, literatura, idiomas. Pero Alejandra, con su madre, cuando podía, se cruzaba al teatro. "Allí vi a Pepe Arias, Marcos Kaplán, Mario Fortuna, todos grandes de la revista", le gustaba recordar. En los '90, cuando la cultura se replegaba en un país comandado por una troupe sin prejuicios, Alejandra Boero montó Andamio 90, en Paraná 660, un lugar de resistencia, que se le parecía. En las líneas de acción, en la propuesta original, se pedía que "inserte a las nuevas generaciones en el movimiento cultural, a través de una actitud paralela que permita abordar la búsqueda y la experimentación". Sus clases estaban llenas de jóvenes. "Ellos me explican el mundo en que vivo", decía. La mujer que fue Antígona, en una puesta que entró en la historia, dirigida por el italiano Adolfo Celli, con escenografía de Clorindo Testa, no temía las definiciones tajantes en un mundo hecho una debacle y con la palabra en desuso. "Una sociedad —se definía— que vive sólo del dos más dos son cuatro, no es una sociedad en la cual me interese vivir. "Por eso, antes de las cacerolas y los muertos en la calle de diciembre de 2001, ella hablaba de la agonía de la clase cultural. Y salió a llevar obras por villas y comedores. En el Barrio Novak, en Quilmes Oeste, la recibieron con empanadas bendecidas. En el Oeste, una villa reunió 50 pesos para el elenco. Su rostro de mujer severa se ablandaba con esos gestos.Es que había aprendido algunas lecciones. Comenzó a trabajar en teatro, 64 años atrás, a sus 23, cuando ya tenía un hijo. En la sala de La Máscara, había un cartel donde podía leerse: "Descuento a estudiantes y obreros". "Pero obreros no venían nunca", bromeaba, ya de vuelta de todo. De la década del '60, se recuerda su pareja actoral con Héctor Alterio, con la que gestaron varios éxitos en el Nuevo Teatro. Uno de ellos fue Raíces, de Arnold Wesker. Le gustaba trabajar con jóvenes, le gustaba inculcar en ellos la semilla de cierta rebeldía. "A medida que la gente —decía— se sube a un escenario, aunque sea como práctica, descubre cosas de sí mismo que no conocía." Ella se había casado muy joven, a los 17, para sacarse —reía— a sus viejos de encima. Antes de los 20, tuvo a su hijo, a quien en los últimos años definía como "casi un hermano". Fue una de las fundadoras de MATE (Movimiento de Apoyo al Teatro) y en una de sus últimas apariciones públicas se la vio, hace un par de meses, frente al Teatro Cervantes, el día que asumía su hijo como funcionario, reclamando por un mejor funcionamiento del teatro oficial. La periodista y crítica teatral Olga Cosentino se extrañaba porque en su casa no tenía fotos que la reflejaran en medio de sus éxitos. Prefería vivir rodeada con portarretratos de sus nietos, Hugo y Federico, y de su bisnieta, Milena. Al parecer, después de una vida de trabajo, no necesitaba imágenes que le reflejaran quién había sido. Había fundado cuatro salas teatrales: Nuevo Teatro, Planeta (el actual Lorange), Nuevo Apolo y Andamio 90. "Así de chiquita y encantadora, cuando te retaba, te temblaban las piernas", la recordaba Claudio Tolcachir. Por todo eso, en 1995, fue nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y en el año 2000, la Cámara de Diputados le entregó el premio a los Mayores Ilustres, cuando protagonizaba, junto a María Rosa Gallo, El Cerco de Leningrado. Así y todo, las oleadas de bronce y cariño, le provocaban cierta desconfianza. "Cada función puede ser la última", decía siempre y así andaba por la calle y los escenarios, sin tomarse vacaciones. "Hace falta que la gente de la cultura se junte para pasarle el plumero a esta sociedad, empezando por muchos funcionarios", se enardecía. Algunos le objetaban, en sus clases, en sus declaraciones, exceso de énfasis. "Soy demasiado vieja para mentir. Se miente cuando se es más joven. Cuando pasan los años, la gente se pone cada vez más veraz porque tiene menos que perder", argumentaba ella. Su salud la tenía a maltraer pero ella tomaba hasta eso con resignada sabiduría. "Tengo una cosa que se llama hipertensión pulmonar. Nadie sabe muy bien qué es pero me la encontraron a mí. Respiro mal y la respiración es parte de mi trabajo", había declarado."Una de nuestras imprescindibles", decía de ella, consternado, ayer, el dramaturgo y amigo, Roberto "Tito" Cossa.


Memoria de una maestra en todos los frentes

Los testimonios trazan un mapa de diferentes momentos en la trayectoria de la actriz.
Claudio Tolcachir ingresó a los 12 años a su escuela en la que, poco tiempo después, sería profesor. El director de La omisión de la familia Coleman: "Era muy intuitiva. Apenas entré a la escuela me perseguía por los pasillos para enderezarme la espalda. Ella no tenía un método definido de dirigir. Con cada actor utilizaba cosas diferentes y trabajaba con lo que presentía en cada uno. Recuerdo una escena de Juana de Lorena, donde la actriz tenía que aniñarse y le costaba muchísimo. De pronto, Alejandra la llama y comienza a acariciarle el pelo y a tratarla como a una niña. Para Alejandra, el teatro era algo que podía cambiar el mundo".
Roberto Cossa repasa sus encuentros con Boero en MATE (Movimiento de Apoyo al Teatro). "Me quedaré con su talento artístico, su coherencia y una voluntad de hierro. Además, fue una luchadora del teatro independiente, de calidad. Porque el teatro independiente a veces se apoya en la intención y no en logros escénicos. Pero el suyo era excelente."
Luciano Suardi comenzó a estudiar con Boero a los 19 años. "Y recibí una profunda generosidad. Hoy, cuando dirijo, en algún momento del proceso de ensayos se me aparecen nítidas sus enseñanzas. Una vez me dijo: El teatro es revulsivo. A la distancia, pienso que lo revulsivo es doloroso pero saludable. Lo más grande que me enseñó fue una forma de vivir el oficio.


Una despedida rodeada de sus grandes amigos

Paraná 660. En el Teatro Andamio 90, su teatro, su lugar de docencia, su segunda casa, se velaron los restos de Alejandra Boero. Junto al escenario, el ataúd cerrado mostraba una foto de ella en su mejor esplendor. "Era coqueta y así lo hubiera querido", dijo Alejandro Samek, director del Teatro Cervantes e hijo de Boero. Triste pero rodeado del afecto de decenas de artistas, familiares y amigos de Alejandra que quisieron despedirla como Juan Carlos Gené, Teresa Parodi, Onofre Lovero, Ingrid Pellicori, el ministro de Cultura de la Nación, José Nun; la ministra de cultura de la Ciudad, Silvia Fajre; y Tati Almeida, una de las Madres de Plaza de Mayo que estuvieron allí para decirle adiós.
"Tuvo una agonía muy larga pero la peleó hasta el final", aseguró su hijo y recordó una anécdota que la pinta tal cual era. En 1999, cuando hizo El cerco de Leningrado, ya padecía de hipertensión pulmonar, la extraña enfermedad que la fue acorralando. "Detrás de escena se había instalado un tubo de oxígeno para ella, pero el público nunca se dio cuenta por el manejo que tenía de la respiración." En los últimos días de vida, en la tranquilidad de su casa y cuando ya no podía moverse, los médicos tuvieron que inyectarle morfina para amortiguarle los dolores que le provocaba la enfermedad.
"Anoche —por el jueves—, cuando nos enteramos de su muerte, con sus alumnos nos sentamos a recordar anécdotas. Y fue un momento de alegría", contó Samek, con entereza, cariño y lágrimas en sus ojos. "Hasta sus últimas horas, a pesar de haber perdido la movilidad con lo que eso significó para una personalidad como la de ella, mantuvo la lucidez. Veía la televisión y leía el diario. Era muy impactante oírla hacer sus juicios críticos tan profundos sobre la realidad, con su manera de decir la verdad, de frente, lo que nunca dejó de lado, pensando en hoy y en mañana, sin mirar para atrás. Porque siempre, para ella, lo más importante era comunicarse con el mundo y creía firmemente que la cultura podía —y debía— hacer un mundo mejor".
Figuras como Enrique Pinti, Alfredo Alcón, Lydia Lamaison y Norma Pons, entre muchos otros, también se despidieron de ella. Hoy, a las 10, un cortejo partirá desde Paraná al 600, pasará por el Teatro San Martín, donde se le rendirá un homenaje, para llegar a las 11 al Cementerio de la Chacarita, donde será enterrada en el Panteón de Actores. Desde una de las paredes de ladrillo de su teatro porteño, Alejandra sonríe, imponente, desde un afiche. Y uno se queda con esa imagen en el recuerdo.


Emocionado adiós a la directora Alejandra Boero

El último adiós a la actriz, directora y docente de teatro Alejandra Boero no fue una típica despedida de silencios sino más bien de palabras. Sus familiares, amigos y alumnos la recordaron con discursos entrañables y hasta efusivas cartas de agradecimiento que cubrían su ataúd. "Estuvo allí donde la cultura podía peligrar"; "Nos deja su teatro y su amor"; "Será el faro que nos seguirá guiando por los años de los años", eran las frases que se escuchaban en el Panteón de Actores del Cementerio de la Chacarita donde ayer, pasadas las 11, fueron inhumados sus restos.
Del ambiente artístico estuvieron presentes el director Alejandro Samek (su hijo), Lydia Lamaison, Roberto "Tito" Cossa, Ricardo Díaz Mourelle y Onofre Lovero, entre otros. El velatorio (que se realizó en su sala, el Teatro Andamio 90, en Paraná al 600) finalizó después de las 10, cuando un grupo de 60 personas acompañó a los familiares hasta las puertas del Teatro San Martín, donde el cortejo se detuvo unos minutos para recordar la labor de la actriz, que falleció a los 87 años, víctima de una prolongada enfermedad. Allí, aguardaban varios grupos más, entre los que se destacaban jóvenes alumnos que la calificaron como una "maestra de la vida". "Era una luchadora incansable, gran actriz y directora. Ella podría haberse quedado tranquila en su casa, y sin embargo estaba empecinada por las causas que la conmovían: la cultura y los jóvenes", le dijo ayer a Clarín el dramaturgo "Tito" Cossa. Y continuó: "El último tiempo yo era un poco su interlocutor. Ahora hay que seguir con su causa".
Muchos de los que se acercaban al velatorio durante las primeras horas de la mañana, remarcaban la conmovedora escena que los impresionaba al llegar: un enorme cartel en la entrada con la fotografía majestuosa de Boero y de Lydia Lamaison sonrientes, promocionando El cerco de Leningrado, la obra de José Sanchís Sinisterra.Ya en la sala, otra de la postal que emocionaba eran las cartas depositadas con sentimiento y que habían sido escritas a modo de retribución y despedida por parte de amigos y discípulos. "No aflojó nunca en su pelea. Desde el escenario, el aula y en cuanta movida se generase en defensa del teatro y la cultura nacional", se leía entre flores.
El "hasta luego" final de la jornada sí excluyó las frases. A esa altura no quedaba mucho más por decir. Y la ovación fue el mejor de los cierres. Un aplauso más de los tantos que cosechó durante décadas una de las luchadoras del movimiento teatral independiente.

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